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Egraps era un gran planeta rojo, lleno de volcanes y cráteres, donde los amarillos ríos que los bordeaban iban en dirección ascendente hacia las montañas, excepto uno, el mayor de todos, que con su cristalina agua bañaba unos enormes bosques, que le hacían sombras a unas transparentes y grandes cúpulas, donde se podían ver dentro de ellas, los sencillos asentamientos de sus habitantes, hechos de madera labrada, arcilla y piedra.
Todo era enorme (desde la perspectiva humana), a la medida de sus altísimos habitantes, quienes vivían en equilibrada armonía con la naturaleza, pues la energía, insumos y alimento que requerían provenía de ella. Los volcanes, por ejemplo, emitían calor y energía suficiente para facilitar a Egraps todo su requerimiento energético, como iluminación o agua caliente.
Ese aprovechamiento permitía, además, mantener controladas las erupciones volcánicas, reinvirtiendo su fuerza telúrica. Dicha energía, al provenir del fondo de la tierra, entregaba además información constante de lo que acontecía en el planeta, siendo una forma dinámica de comunicación y conexión con la superficie.
Había un sistema de penetración intraterrena a través de los cráteres utilizando unas cápsulas de un metal ignífugo, materializado por los grandes magos de Egraps. Estos viajes se realizaban desde Magtus, el gran volcán madre que mantenía la actividad de los demás. Sin embargo, solo los magos sabían cómo utilizar las cápsulas y generalmente, eran ellos los únicos que salían al espacio exterior, aunque a veces ocurrían excepciones.
La alimentación era netamente crudívora y pránica. Habían conocido todos los tipos de alimentación. Finalmente, gracias a su evolución y conciencia, comprendieron que aquella era la forma de alimentación más adecuada para mantener la armonía en su ecosistema y entre todas las especies. Sus cultivos eran coloridos y estéticos, diseñados siguiendo patrones de geometría sagrada, con flores comestibles y frutales por doquier. Caminar en sus jardines perfumados invitaba a gratas meditaciones junto con los elementales: hadas, serafines, salamandras, ondinas, gnomos y esferas luminosas, que volaban o caminaban entre la voluptuosa vegetación, siempre trabajando en ella como lo haría un artista con su mejor obra de arte. Así, segundo a segundo, modificaban los diseños de estos hermosos mandalas vegetales y se recreaban en su embellecimiento, resultando un verdadero caleidoscopio.
El clima era siempre agradable, como en una perdurable primavera, donde las lluvias eran reguladas con frecuencias mentales según la necesidad del mundo vegetal.
Había laboratorios para estudiar y crear las esencias florales y frutales. Allí trabajaban arduamente las diferentes hadas con algún alquimista de Egraps de turno, ya que todos aprendían de todo. Su sistema comunitario era rotativo y circular. Cada uno tenía la misma importancia y respeto para con los demás, sin jerarquías.
Excepto con los magos. Ellos vivían aparte, pues requerían de una gran concentración para canalizar la información y trabajar con ella. Por eso se realizó una gran cúpula al otro lado de Magtus, donde mantenían secretamente la conexión subterránea con aquel volcán, una tecnología que les permitía entrar y salir libremente de Egraps, según su necesidad.
La vida del mago no era fácil, pues requería de soledad y arduos desafíos, sobretodo desde que comenzó la misión con la Tribu Azul.
Nacer mago era un honor para la familia, pero también una exigente práctica del desapego pues, poco después del nacimiento, los padres entregaban la criatura al mago maestro de la comunidad, quien la adoptaba en una hermosa ceremonia para que fuese responsablemente instruido.
Así sucedió con Merzat, hija de Holinto y Desan.
Desde que Desan quedó embarazada, tuvo el encuentro con el alma de Merzat en sueños, donde ella aparecía flotando como una gran luminiscencia y le decía: “La esfera blanca debe surgir desde el sol y llegar a su origen. Yo soy la creadora de los haces de luz. Para ello debo ser aprendiz del mago y liberar lo esperado”. Aunque Desan hubiera deseado quedarse con su primogénita, la tradición y la honestidad eran parte de la esencia de los Egraps, pues su comunicación se basaba en la telepatía y allí nada se podía ocultar.
Por otro lado, estaban aprendiendo a comunicarse con los sueños, como les había enseñado Tamonis, el mago maestro de Merzat. Él ya llevaba más de 300 años enseñando a su pueblo los secretos revelados y ahora llegarían para emanciparse sus aprendices. Sabía que eran dos, una pareja, algo curioso y excepcional, pues solía ser solo uno o una aprendiz, pero ambos aparecían en sus visiones constantemente. Tal vez por la profecía se necesitaba una mayor fuerza para Egraps, una formidable unión de poderes con que llevar a cabo la misión.
Urtum llegó primero, en una pequeña cesta depositada en la puerta de su hogar, una noche estrellada. Tamonis se extrañó por la forma en que llegó aquel aprendiz, pues hasta entonces no existían el dolor del abandono o las separaciones traumáticas y, sin embargo, aquel bebé lloraba desconsoladamente.
Normalmente llegaban los padres con su bebé, habiendo realizado la preparación previa, tras contarle sus sueños o intuiciones premonitorias al respecto. Después el mago lo reconocía y acordaban la ceremonia donde hacer la entrega oficial frente a todo Egraps, en una fiesta llena de frutos, flores y danzas.
No obstante, al acercarse a este pequeño huérfano, sintió un gran amor y percibió que era uno de sus aprendices. Sin embargo, no dejó de sentirse inquieto sin lograr percatarse qué le ocurría. Igualmente, lo tomó en sus brazos y el bebé detuvo su llanto a causa del miedo.
-¿Cómo puede sentir miedo un ser tan pequeño?- Se preguntó Tamonis- ¿Por qué no vinieron sus padres?
El miedo era un sentimiento desconocido para el resto de los habitantes de ese planeta, pero este mago conocía otros mundos y formas de llevar la experiencia. Por eso, al ponerlo contra su pecho, percibió esa emoción. Lo llevó a su tibia cocina y le preparó un biberón con leche de semillas.
-¿Cómo te llamaré, pequeño?- Le decía, mientras el bebé tomaba su bebida con devoción.
-Urrr… -Balbuceó el pequeño.
-Ur -repitió Tamonis en su mente- Ur…tum, que significa el Ur encontrado.
El bebé sonrió, como leyendo perfectamente su pensamiento y Tamonis sabía que así era, pues aunque el trabajo de aprender telepatía requería un tiempo, existían algunos seres que nacían con este don desarrollado, algo poco común. Sin embargo, entender lo que significaba UR, solo estaba al alcance de los iniciados en magia.
-Tal vez él me leyó la mente, pero no sabe qué significa su nombre. Quizá sea una carga muy pesada llevar el nombre de tan avanzado conocimiento. ¿Debería pensar en otro? -Estaba meditando en ello, cuando el pequeño comenzó a llorar amargamente, como si le hubieran quitado su biberón.
-Bueno, bueno, pequeño Urtum, no te cambiaré de nombre -concedió meciéndolo en sus brazos-, duerme ahora que estás muy pequeñito para discutir.
Urtum comenzó a dormirse y Tamonis lo dejó lentamente en la canasta que por varias lunas sería su lecho. Al crecer el mago, se le mandó fabricar una bella cama, mientras sus huesos y músculos iban dando forma y sosteniendo al ser que se convertiría en su peor enemigo.
Aquella noche Tamonis sentía una opresión fuerte en el pecho. Su gran debilidad y a la vez fortaleza era la inmensa compasión que sentía hacia los seres sin protección. Egraps era una noble raza llena de profundas y nobles emociones, donde el servicio era una forma cotidiana de vivir y entregarse al presente. Entonces, ¿cómo iba a dudar de proteger aquella criatura que no tenía quién cuidase de ella? ¿Cómo negarle asilo y comida si su alma lo clamaba? Pero, ¿por qué se sentía inseguro y extraño al lado de ella? Era una sensación que nunca antes había experimentado y de la que no le habló su maestro gran mago al formarlo como aprendiz.
-Tamonis -le decía su maestro-, confiar es maravilloso, pues demuestra que no hay miedo alguno en tu corazón. Solo así estarás protegido. El temor es síntoma de inseguridad y ésta habla de un vacío en tu alma, algo que hay por resolver. Significa que no estás preparado para cuidar a tu pueblo, para ser su guía. Deberás abocarte, pues, a tu sanación primero y luego, seguir entregándote al servicio. Cuando el miedo se evapora, tu raíz real sale a la luz. Entonces puedes confiar y amar a todos por igual. Es bello sentirse así, pero arduo el camino para conseguirlo. Como esto no significa que deje de aparecer el miedo, cuando suceda, debes ir al monte plateado y meditar hasta encontrar la causa y sanarla, sacándola de raíz como una maleza. Sin embargo, no es algo común, menos aún en este planeta protegido de energías que atraigan el miedo. Recuerda que Egraps es una raza sagrada, con la relevante misión de proteger el tesoro entregado por nuestros ancestros.
-Y ahora que lo siento, ¿qué hago? -Pensó Tamonis en voz alta-, ¿qué hacer con el miedo a una inocente criatura? Es tan ilógico.
Tamonis debía haber partido a la montaña plateada a meditar, pero su confusión era mayor que su miedo, por lo que decidió descansar ese día junto al bebé y ver qué pasaba al día siguiente, cuando los soles volvieran a alumbrar.
Así se forjó su final, protegiendo y amando a quien lo acabaría completamente en su magia y vida.
La de Merzat fue una historia bien distinta. Ella llegó de la manera tradicional, a través de los sueños de su propia madre, siendo entregada amorosamente para su iniciación como maga. Esto sucedió justo un día después de aparecer Urtum y por ello, Tamonis prefirió no pensar más en esta rara sensación hacia su nuevo e inesperado discípulo. Deseaba prepararse para recibir a su nueva discípula en la importante ceremonia de entrega, donde el pueblo entero estaría presente.
Todos se extrañaron al verlo llegar con una canasta ocupada por un bebé que lloraba desconsolado.
-¿Me disculpan, amados y amadas mías? He tenido un pequeño imprevisto que apareció ayer en mi casa… ¡Cómo negarle el hogar a tan bella criatura! -Les dijo alegremente, al ver los rostros confundidos.
-Tamonis -dijo Holinto, padre de Merzat-, ¿se pueden recibir dos discípulos en tu refugio del conocimiento y la magia?
-No te preocupes, Holinto, esto no es común, pero hace cientos de años sucedió algo parecido y resultaron unos muy buenos guías para Egraps. Mi maestro los recordaba con mucho cariño. Fue hace miles de años y ellos le enseñaron a Egraps el poder de la entrega y la confianza, que nos convierte en invictos ante la oscuridad y nos ayuda al flujo de la evolución. Confío ahora entonces en que esta bella discípula -dijo, mirando con ternura a Merzat en brazos de Desan, su madre- y este inesperado ser -hablaba mientras sostenía la canasta y la dejaba en el suelo- nos traigan nuevos poderes para crecer juntos como raza. Comencemos entonces -continuó Tamonis, colocándose su capa azul ceremonial y tomando su báculo sagrado.
Aquella ceremonia era esperada por muchos años, pues el maestro o maestra tenía sólo un discípulo en su vida, que aparecía en sus sueños y visiones. Luego él lo guiaba largo tiempo hasta su adultez, hasta sentir que podía entregarle su misión como guardián del templo. Así, cuando el maestro necesitaba partir a otra dimensión (porque esa era la forma de relación que tenían con la muerte), solicitaba telepáticamente su retorno. Hay que recordar que, mientras seguía el mago en Egraps, el aprendiz se había ido a otros planetas a entregar su conocimiento adquirido. Y así con este ciclo de vida y muerte, el discípulo o discípula reemplazaba su lugar.
Tamonis recibió en sus brazos a Merzat, que reía alegremente, sabiendo que estaba en su camino como alma consagrada a la magia. Los soles del amanecer iluminaban el espacio que dejaban los claros de las copas de los árboles y las aves cantaban colmando los corazones de los habitantes de Egraps.
-Merzat, te he soñado, me has soñado. Estamos conectados e iniciaremos el camino sagrado de los magos y magas para honrar nuestra misión de proteger y guiar a nuestro amado pueblo hacia su evolución -dijo Tamonis emotivamente.
-Urtum –dijo, tomándolo con el otro brazo-, bienvenido de donde vinieses. También te he soñado y el orden sincrónico te trajo hasta mí por razones desconocidas que más adelante descubriré y que te guiarán hacia la luz y el amor por Egraps como líder, al igual que a Merzat. Ahora –continuó dirigiéndose al pueblo- ellos esperan sus bendiciones y protección en estos frágiles tiempos de infancia.
Al decir esto, los colocó a ambos en sus respectivas cesta y cuna elevándolos para que pudiesen verlos, mientras todo el pueblo clamaba victorioso por tan esperado e importante hito.
Aquella noche, después de haber celebrado todos juntos, Tamonis se encaminó por el bosque con sus dos pequeños aprendices, mientras la noche plateada iluminaba los ríos que contenían la energía volcánica, como fluorescentes lámparas alargadas sobre el fértil suelo de Egraps.
Él caminaba sobre una plataforma fría y oscura, con los ojos vendados, intentando no sentir miedo. Un misterioso aliento lo inquietó cuando, de repente, la vio. Era una sombra que blandía decididamente un puñal y se dirigía a una esquina de la plataforma, donde se encontraba la cunita de Merzat, que dormía plácidamente. Tamonis gritó desesperado, mientras tomaba la mano de la sombra con todas sus fuerzas para impedir la agresión hasta que se sintió vencido y le entregó el arma a la sombra, que reía triunfante mientras se desvanecía del lugar.
Tamonis se despertó sudando agitadamente en la cama y se acercó a la cuna de Merzat para ver cómo estaba. Ella dormía apaciblemente, igual que en la pesadilla y al acercarse a la cesta de Urtum, vio que el niño estaba despierto, con los ojos abiertos y sonriendo extrañamente en forma burlesca.
El mago se retiró rápidamente de la cesta, agarró una bata lila que colgaba en el armario, se abrigó con ella, encendió una vela y salió de su dormitorio, cerrando suavemente la puerta tras de sí y suspirando sin saber realmente lo que tenía que hacer, hasta que en un instante se acordó. Caminó hacia la sala azul, el laboratorio de los magos, que se encontraba al otro lado del castillo, en una torre que estaba brillando todo el tiempo con un color albo. Susurrando unas palabras mágicas abrió la puerta y se sentó en un sillón que daba hacia una ventana redonda. Estaba amaneciendo y los dos soles de Egraps encendían el espacio poco a poco. La luz llegaba a varios libros amontonados en una esquina de su escritorio. El más antiguo, que estaba sobre los demás, lucía las tapas de un color azul intenso, en cuyo centro tenía bordado con incrustaciones de plata: “T.A. los orígenes”.
Al fondo había un gran espejo cubierto con una manta roja, cuyas orillas descubiertas brillaban al ser alcanzadas por la luz de los soles.
Tamonis miraba el paisaje tratando de tranquilizarse tras lo ocurrido. A lo lejos varios volcanes humeaban coronando el gran bosque que protegía el poblado de cúpulas transparentes cuya superficie cambiaba de color en función del estado de ánimo de sus moradores.
-Amado pueblo -pensó en voz alta-, si supieran lo que está aconteciendo, serían otros sus colores… ¡No! -gritó poniéndose pálido-, no puedo permitir que llegue este tormento a mis seres amados. Soy el guardián, por algo he sido avisado. Solo debo calmarme para poder discernir qué hacer con Urtum.
-¿No recuerdas lo que te enseñé? -dijo una voz surgida del vacío.
-¿Maestro? -adivinó Tamonis.
El atormentado mago se levantó y fue en dirección al espejo, lo descubrió rápidamente, tomó una banca que había al lado y se sentó frente a él. Cerró los ojos y se concentró en su respiración, luego los abrió y observó cómo la oscura silueta de su maestro se fue aclarando y definiendo cada vez más. Lumtus, más allá de ser su maestro en la magia, había sido su padre, su amigo, su confidente…
Súbitamente Tamonis se encontró en el suelo, le dolía la cabeza y tenía una sensación de pesadez, como si hubiese dormido muchas horas. Poco a poco recordó que vio aparecer a Lumtus en el espejo inter dimensional y que le sonreía. No entendía lo que había pasado, pues nunca le había ocurrido algo así. Aunque estaba alterado, él sentía que se había calmado y por eso logró la comunicación con Lumtus, algo imposible desde una emoción estresada. El espejo era muy sensible a ello y había que estar totalmente armonizado para contactarse con los maestros y maestras de Egraps a través suyo.
-Protege a Urtum -resonó la voz de Lumtus en su cabeza-, la única forma de salir es entrar.
Tamonis se estremeció al recordar el eco de estas palabras de su maestro. Por momentos le abordó la idea de que llevándolo lejos de allí se alejarían esos malos presentimientos que le comprimían el pecho. Sin embargo, debía hacer justo lo contrario: cuidarlo, enseñarle y educarlo, “pulir la perla escondida” –como Lumtus afirmaba hacer con él en sus tiempos de aprendiz.
Se levantó, se agarró suavemente la cabeza entre las manos y se la masajeó unos segundos. Luego se retiró hacia su cuarto.
Ya me daré el tiempo para ir a la habitación de limpieza y ordenarme -pensó–, ahora debo cuidar dos bebés con toda mi dedicación y entrega.
Al llegar y abrir cuidadosamente la puerta, comprobó que los dos pequeños dormían apacibles, cuando los rayos de los soles acariciaron con tibieza sus cuerpos haciéndolos reaccionar y desperezarse.
Merzat sonrió a Tamonis, estirando hacia él sus bracitos y moviendo los dedos como pidiendo un arrullo. Ya se empezaba a forjar una inquebrantable amistad entre ellos. Desde que Tamonis la tomó en sus brazos, Merzat sintió una protección tan poderosa que lo amó profundamente y deseó protegerlo a él también. Más adelante se daría cuenta del porqué.
-Pequeña -le dijo al tomarla-, tenemos mucho trabajo por hacer, gracias por estar aquí.
Urtum se tapaba de la luz y se retorcía en la cama, como queriendo regresar a la noche, hasta que finalmente comenzó a llorar y gritar amargamente.
Tamonis lo tomó con su otro brazo y le dijo mirándolo a los ojos amorosamente:
-Y nosotros también tendremos mucho que hacer, pequeño gruñón.