Tras cerrar la puerta, Merzafil avanzó pesadamente por un pétreo pasillo de cuyo fondo apareció el pequeño dinosaurio corriendo como un perro hacia su dueño.
-Plufaq ¿cómo estás? –lo saludó Merzafil-, ¿te dieron tu comida, pequeño?
Plufaq asintió y le preguntó en su mente:
-¿Cómo está él? ¿Sanó su herida?
-Sí -le dijo Merzafil-, aunque tiene otra herida aún más profunda que la de su pierna y esa requerirá más tiempo.
-Lo sé -asintió Plufaq, sentándose a su lado-, no fue fácil sacarlo en esos momentos, viendo a tanta gente sufrir a su lado y pidiendo ayuda… a veces no entiendo por qué él… Bueno, en realidad, ¿qué debe entender un simple dinosaurio como yo?
-Simple no eres, Plufaq, es muy audaz desarrollar tu nivel de telepatía -le dijo sonriendo y dándole palmaditas en la espalda.
-Herencia materna, supongo -le respondió guiñando un ojo-, eso dicen por ahí.
-¡Merzafil, a comer! -gritó una voz tras una puerta por la que apareció una corpulenta mujer de cabello castaño amarrado con una cinta rosa. Sus pícaros ojos marrones resaltaban sobre sus sonrosadas y gordas mejillas que, junto con su delantal florido, le daban un aire entrañablemente acogedor-, te estamos esperando -le dijo señalizando con la mano para que fuese para la cocina.
-Ya voy, Bertalina, solo estaba charlando con Plufaq de nuestro particular invitado –se disculpó mientras se levantaba en atención a la llamada.
En la cocina revoloteaban las hadas por todo el recinto, encantando los frutos diminutos que comería Hertom. En una gran mesa rectangular de madera humeaban un par de ollas de arcilla, junto con sus platos y vasos del mismo material. En el medio de todo armonizaba un florero con unas hermosas y coloridas caléndulas.
Era una acogedora y sencilla cocina, repleta de utensilios y ollas en sus paredes, con muebles rústicos y macizos albergando frutas y verduras recién traídas de la huerta. Por un ventanal entraba un tenue rayo de sol que se reflejaba sobre el blanco inmaculado mantel de la mesa.
En un extremo estaba sentado Elim, el esposo de Bertalina, con su permanente semblante tranquilo en contraste con su roja cabellera y sus pecas traviesas, revelando que no todo era mansedumbre en aquella pacífica personalidad. Sin embargo, ahora se hallaba en el sagrado ritual de la comida que llenaba su mirada celeste de regocijada calma. Al entrar Merzafil lo recibió con una sonrisa. Elim era un ser muy respetuoso con los tiempos y espacios de cada uno, por ello era considerado un gran sabio en su pueblo, aunque a él le incomodase tan distinguido titulo.
Bertalina, atenta y amorosa, le acercó un plato vacío a Merzafil invitándolo a sentarse.
-Gracias por las flores, Merzafil, tú sabes cómo me gustan -le dijo Bertalina llenándole el plato de una rica sopa de guisantes.
-Lo sé -dijo Merzafil, acercando la silla a la mesa- es mi humilde aporte por estas delicias que nos cocinas.
-Es verdad -dijo Elim-, Bertalina extraña la primavera en este helado lugar.
-Aunque siempre la llevo en mi corazón -dijo ella sonriendo.
-Gracias amigos, por tan agradable compañía -dijo Merzafil mirándolos a ambos-, sé que no ha sido fácil este tremendo cambio por asumir la misión, siendo originarios de tierras mucho más cálidas.
-¿Y cuándo llegará ella? -consultó Elim en un tono preocupado.
-No lo sé -respondió Merzafil apenado-, aún no se ha comunicado conmigo.
-Pero, ¿y si viene él? -alertó Bertalina con temor.
-Se supone que este templo quedó abandonado hace años, desde la separación de la Tribu Azul y sería ilógico volver a él –teorizó Merzafil, poco convencido-, pero sí sé que estamos protegidos por ella, me lo dijo hace un tiempo atrás, ya que éste es el lugar para enseñar a Hertom y éste ha sido el lugar donde entrenamos a todos ellos.
-Además, yo tengo muy buen olfato -dijo Plufaq, mientras se acomodaba cerca de la mesa olfateando los platos.
-De eso no nos cabe duda -le dijo Bertalina tomándole el cuello y alejándolo de los platos, relajando así entre risas la preocupación que les abordó antes.
Decididos a mantener una vibración más optimista, las risas se escuchaban fuertemente tras la puerta, donde un pequeño personaje los observaba por la rendija inferior. Portaba un gorro rojo y puntiagudo que se le caía hacia uno u otro lado según moviera la cabeza y que él se acomodaba a cada momento. Era gordito, con una barba blanca descolgada bajo sus rojas mejillas, de pelo también canoso hasta los hombros y ojos azules como un mar que, en tempestad oceánica, observaban con recelo la escena al interior de la cocina. Suspiró, meneó la cabeza descontento y, en cortos pero rápidos pasos, partió hacia el pasillo que conducía al cuarto de Hertom. Justo antes de entrar por la rendija bajo la colosal puerta, sintió una mano que lo detuvo y jaló hacia fuera con tanta fuerza que lo hizo golpearse contra la pared contraria. Asustado, miró hacia todos lados sin ver a nadie, hasta que visualizó en el suelo la sombra alada del ser que rondaba sobre su cabeza. Sin mirar hacia arriba inquirió:
-¿Por qué te metes en lo que no te importa, Hidalim?
-Claro que me importa, gnomo testarudo -le contestó posándose delicadamente en el suelo.
Era una hermosa y joven hada de cabellos plateados, piel dorada y unos penetrantes ojos color rosa que en esos momentos echaban chispas.
-Estás interviniendo en los planes de Merzat y ella me pidió estrictamente dejar a Hertom tranquilo en su tiempo de curación, por muy largo que nos parezca a nosotros.
-No entiendes -le dijo el gnomo sonriendo irónicamente-, yo sólo iba a echarle una mano, digamos para acelerar el proceso.
-Huluino, tú sabes perfectamente que las cosas no son así – le retó ella-, es otra raza, otra forma de asimilar las cosas.
– ¡Pero es que me tienen harto! -respondió enojado arrugando la frente y enderezando su gorro con brusquedad-, ¡Quiero volver a vivir en paz!
Hidalim rió ahora ante tan graciosa escena, le tomó el gorro velozmente y se elevó sobre él diciéndole divertida:
-¿Quieres que te teja uno nuevo, querido Huluino?
-¡Pásame mi gorra, reina de pacotilla! -exigió enfurecido.
-Oye -le dijo Hidalim con gravedad-, así no se trata a una dama.
-¿Dama? -bromeó él mirando hacia todos lados- ¿Dónde? ¡Yo no veo ninguna!
Cuando Hidalim se disponía a contestar, sintieron un gran golpe y un quejido que los hizo voltearse hacia la puerta de Hertom.
-¡Merzafil, Merzafil! -se escuchó la voz humana desde el otro lado.
-Rápido, hay que avisarle -apuró Hidalim al gnomo.
-Rápido, rápido… -decía Huluino, imitando su voz irónicamente, mientras cojeaba adolorido hacia la cocina.
-Merzafil, es Hertom -informó Hidalim, con Huluino apareciendo a su lado.
-Gracias -respondió el gigante levantándose rápidamente de la mesa y mirando a Plufaq-, vamos.
-De nada, es nuestro deber, ¿no? -dijo Huluino, inclinándose y retirándose del recinto, mientras el hada lo observaba desconcertada.
-Hidalim -dijo una de las hadas que flotaba sobre las ollas-, ¿podemos descansar un poco?
-Claro chicas, ya volvemos -respondió mirando a Bertalina, que asentía en forma de aprobación.
En un segundo, todos desaparecieron de la cocina, donde Bertalina y Elim siguieron comiendo en silencio.
Merzafil junto con Plufaq entraron rápidamente a la habitación donde Hertom se agitaba desesperadamente en el suelo. Había caído de la hamaca y, todavía dormido, se retorcía por sus pesadillas. Al verlo en ese estado, Merzafil suspiró:
-Pobre Hertom, cómo está sufriendo.
Se arrodilló para tomar un pequeño fruto encantado de la cesta que las hadas dejaron en su mesa y llamó:
-¡Hidalim!
-Sí, señor -dijo el hada apareciendo inmediatamente al frente de sus narices.
-Hidalim -le dijo, mostrándole el fruto en la palma de su mano-, deben suavizar la dosis, es demasiado pronto para él llegar tan profundamente a su dolor, no sé si lo soportará.
-Pero, Merzafil, la dosis es la adecuada según las normas humanas -le indicó, tomando el fruto.
-Lo sé, pero por alguna razón él está muy sensible, míralo –insistió señalándolo, mientras se retorcía en el suelo-. Ya, rápido, vayan a la cocina y reformulen sus encantamientos.
-Muy bien, llamaré a las chicas –obedeció desapareciendo velozmente.
Merzafil tomó delicadamente a Hertom entre sus dedos y lo volvió a colocar sobre la hamaca, cubriéndolo con la tela. Agarró una silla de su medida que había en la sala y se sentó en frente junto a Plufaq. Tocaba esperar.
Hertom, en su sueño, caminaba sobre un montón de lodo que se pegaba a sus piernas dificultando su avance, cuando unos pájaros negros comenzaron a sobrevolarlo, al acecho de alimento fresco. De repente un estridente sonido brotó del pantano:
– Zuuipppssuuuu
-¿Quién es? -balbuceó asustado, mirando hacia todos lados.
-Tú sabes… -respondió la misma inquietante voz.
-¿Urtum? -reconoció aterrorizado- ¿Cómo llegas hasta aquí? ¡Son mis sueños!
-No humano, en realidad son nuestras pesadillas -corrigió la voz-, y me agrada, ¿sabes?… ver cómo te hundes en ellas – apostilló con una sonora carcajada.
-¡Maldito gigante! ¡Te odio!
-Gracias -dijo él con parsimonia-, muchas gracias. A propósito, ¿quieres saber qué pasó con tu amada esposa y padre?
-¿Por qué me haces esto? – le contestó desesperadamente.
-Contesta, ¿quieres saber? –repitió la voz con enojada impaciencia.
-No… ya lo sé –rechazó el humano seguro de lo que hablaba-, estás tratando de averiguar algo por medio de mí, por eso me buscas, ¿verdad?. Eres un gigante poderoso, pero no lo suficiente para encontrar todas respuestas por ti mismo, ¿verdad? Pues olvídalo, Urtum, yo no te ayudaré.
-¡Basta! -gritó la voz- ¿Sabes? Ella me suplicaba piedad -comenzó a narrarle, pero Hertom se había sentado fuera del pantano y, con los ojos cerrados, sonreía sin escucharlo. Su cuerpo se volvió transparente, desapareciendo del pantano y dejando solo a Urtum en su cruel objetivo.
-Merzafil, Merzafil… -dijo Hertom con un hilo de voz a su amigo, que se había quedado dormido en la silla. Éste despertó sobresaltado y algo avergonzado.
-Disculpa, amigo, la sopa que me dio Bertalina me reconfortó demasiado -justificó recomponiendo su postura.
-¿Bertalina? ¿Quién es?
-Ahhh, son amigos que luego conocerás.
-¡Aauuuuuuuu!
Un aullido los interrumpió y cuando ambos miraron al lugar de donde surgió, se asomó Plufaq tímidamente para sonreír a Hertom, guiñándole un ojo.
-Ah, se me olvidaba -dijo Merzafil-, él quiere que te lo presente formalmente. Es Plufaq, mi noble amigo dinosaurio con sus dotes telepáticos.
-¿Telepáticos? -contestó Hertom- ¡Ah, ahora entiendo! Disculpa, Plufaq… este… yo no sabía.
-Lo sé, amigo -le dijo Plufaq mentalmente-, sólo que no estaba autorizado a conversar contigo. Mi misión era traerte de vuelta al templo, nada más.
-Gracias -le dijo Hertom embargado de tristeza. Después miró preocupado a su gigante amigo y le informó:
-Merzafil… él está intentando llegar a mí.
-¿Cómo? -dijo levantándose asustado de la silla.
-Mis pesadillas -continuó Hertom.
-Lo sabía, llegaría pronto a ese punto –reflexionó Merzafil en voz alta-. Merzat me lo advirtió.
-Pero no es fácil ingresar a los sueños o pesadillas de nuestra raza… Solo un mago podría… -de repente, Hertom se quedó petrificado y sus facciones se tornaron tensas por el pánico-. Un momento, ¿acaso Urtum es…
-Sí, Hertom -interrumpió Merzafil apenado-, él es un mago… Y uno muy poderoso, por cierto.
-¿Y qué podemos hacer? -dijo Hertom seriamente.
-Soñar, mi amigo -dijo Plufaq, estirando el cuello.
-Sí, tienes razón -dijo Hertom, asintiendo pensativamente y, tras unos segundos, consultó a Merzafil:
– ¿Qué pasa con Merzat?
-Bueno, ella está en Egraps, arreglando unos asuntos… creo. Esa fue la última vez que la vi. Después se comunicó telepáticamente conmigo para poder ubicarte, pero ya hace unas lunas que no sé nada de ella -dijo en tono preocupado.
-¿Unas lunas? -Preguntó Hertom, extrañado-, pero si yo la he escuchado todo el tiempo desde que llegué aquí -se levantó mirando más de cerca a su amigo, mientras Plufaq doblaba la cabeza lado a lado, como no entendiendo lo que hablaban.
-No puede ser -dudó Merzafil-, yo la hubiese sentido.
-Pero Merzafil, si ella está allí –indicó Hertom señalando la esfera que el gigante tenía colgada al cuello-, lo que yo quiero saber es cómo llegó hasta allí.
-¿Qué? -dijo Merzafil tomando sorprendido la esfera entre sus manos- ¿Estás seguro?
-Ella me habló amablemente desde mi llegada, sin mostrarse. Yo le pregunté dónde estaba, al mismo tiempo que tú me ofrecías la mano para ir a comer y en ese preciso instante, la esfera brilló con un color dorado. Tú me sonreíste y yo pensé que lo sabías, que la escuchabas -recordó, tratando de entender qué pasaba.
-¿Estás seguro de que era ella? -preguntó Merzafil gravemente a su amigo.
-Bueno, la sentí… Su voz era dulce, amable, femenina… -Explicó algo incómodo al ver la reacción de Merzafil.
-¿Pero, por qué yo no la escucho? -Se dijo a sí mismo el gigante en un tono inquieto.
Hertom levantó los hombros indicando que ignoraba la respuesta.
-¿Cuándo fue la última vez que la escuchaste? -preguntó Merzafil, tratando de disimular su ansiedad.
-Cuando me trajiste a esta sala, luego ella me dijo que debía sanarme, perdonarme, alejar cualquier vestigio de dolor, rencor u odio… Y desde entonces que no la escucho.
-Después aparecieron tus pesadillas, ¿verdad?
-Tienes razón –afirmó Hertom sorprendido.
-Ella se está cuidando –dedujo Merzafil mientras tomaba la esfera y la observaba-, pero… ¿Por qué se comunica sólo contigo?
De repente, apareció Hidalim con cuatro hadas más a cada lado, trayendo entre todas una cesta cargada de frutas y flores.
-Merzafil, aquí está su pedido -dijo Hidalim.
-Está bien -dijo Merzafil, tomando la cesta con sus dedos y depositándola al lado de Hertom-, pueden ir a descansar ahora-, les dijo sin mirarlas.
Hidalim lo miró extrañada unos instantes y luego todas juntas se esfumaron.
-Hertom -dijo Merzafil-, solo de estas frutas debes comer, las anteriores se retiraron… -Dijo distraídamente y deteniéndose al descubrir que la otra cesta aún estaba sobre la mesa.
-¡Hidalim! –gritó enojado.
-Sí, señor -respondió el hada, con rostro desganado e impaciente-, las frutas, ¿verdad?
-Sí, Hidalim, disculpa, yo… -Respondió Merzafil reconociendo su falta.
-Me di cuenta, Merzafil, estás muy ocupado. –lo disculpó, sacando una piedra del bolsillo y sacudiéndola suavemente sobre las viejas frutas, dejando caer un polvo de hadas sobre el alimento que lo hizo desaparecer por completo- : A veces entiendo a Huluino –se descargó murmurando.
-¿Qué dijiste? -preguntó Merzafil.
-Nada, voy a descansar. Si me necesita, ya sabe -dijo displicente sin mirarlo y desapareció.
-¡Ayyyy, hadas! –Se quejó Merzafil, moviendo la cabeza- ¡Siempre tan sensibles!
-¿Qué le pasa? -preguntó Hertom.
-Siempre es lo mismo –explicó Plufaq levantándose-, les gusta llamar la atención.
-No es tan así, Plufaq. En realidad les complace servir a los demás, lo hacen con gusto -aclaró Merzafil-, además trabajaron mucho en estos frutos sanadores.
-Si fuese así, no se enojarían y no tendrían que rehacer su trabajo, ¿no? -desconfió Plufaq. Después se fue al fondo del salón y se acurrucó en la entrada de la puerta.
-Bueno, ehh, problemas internos, amigo, nada es perfecto –se justificó con Hertom, intentando no reírse.
-¿Es grave? -Le preguntó Hertom, mirando a Plufaq.
-Para él sí -dijo en voz baja-, pues a ellas les encanta tirarle de los bigotes mientras duerme y…
-Te estoy escuchando -resonó la voz enojada de Plufaq en sus mentes-, acuérdate que soy telepático.
-Disculpa -dijo Merzafil y esta vez intentaron los dos contener la risa.
-¿Viste? Hay que andar como sobre huevos de dinosaurio para no herir susceptibilidades. -le dijo a Hertom, mirando a Plufaq-
Hertom observaba a su amigo en silencio.
-Merzafil, ¿la extrañas? -le preguntó.
-Mucho -admitió tristemente-, ella es mi primavera.
-¿Nunca se lo dijiste?
-Nooo -dijo asustado-, ella es una maga y tiene otras prioridades.
-Pero el amor es la magia más fuerte -le desafió Hertom, mirándolo fijamente.
-El amor real, no personal. Ella tiene tanto que entregar, yo no puedo pretenderla solo para mí. Sería egoísta de mi parte y la pondría en una situación muy difícil. Ella escogió ese camino y yo el de protegerla desde mi distancia y entregándome a ustedes. Por favor, nunca se lo digas – solicitó con firmeza.
-No te preocupes -se comprometió, tomándole un dedo para consolarlo-. Y gracias, amigo, siempre estuviste junto a nosotros.
-Sí, pero llegué tarde –admitió tristemente -, lo siento.
Un silencio reinó pesadamente, llenando de nostalgia la sala, mientras los amigos se miraban. Plufaq se levantó, caminó hacia ellos y se dirigió a Hertom:
-Come, te ayudará. Después de todo sé que ellas hacen un buen trabajo.
Luego miró a Merzafil y sugirió:
– Vamos, es el momento.
-Sí, Plufaq, vamos -asintió medio ausente y saliendo ambos para dejar nuevamente solo a Hertom.
Click sobre el QR para escuchar la música
El humano volvió a rendirse en un profundo sueño, pero esta vez, las imágenes eran diferentes. Ya no le asustaban. El haber compartido con su gran amigo le hizo apreciar los muchos dolores que habitan cada alma, algunos inimaginables, como el de Merzafil, un gran y noble guerrero que siempre tenía una sonrisa y una palabra amable para todos, que destinó su vida a ayudarlos a ellos, los humanos, solo por verlos felices. Sin embargo, sumidos en sus dificultades, ellos nunca pensaron en los problemas que también soportaban sus gigantes amigos. Reconocerlo ahora no lo reconfortaba, pero le daba un nuevo impulso: consciente del drama de su amigo, sintió que debía transformar su propio dolor en fortaleza para seguir adelante, pues el destino puso en sus manos devolver la paz a este pequeño planeta. Un desafío que implicaba reconstruirse completamente y resurgir del pantano en el que se estaba hundiendo. “Hay una causa”, pensó, “todo es por una causa. Aunque ahora no lo entienda, percibo esta visión como una motivación para seguir”. Y la aceptación comenzó a colmar su corazón cada vez más profundamente. Con esta reflexión se durmió, mecido por una paz que lo inundó todo desde la cabeza hasta sus cansados pies.